El ser humano es inquieto por naturaleza. Necesita un poco de rutina, la justa para mantener el equilibrio, pero lo que le llena de verdad es embarcarse en aventuras, enfrentarse a retos nuevos.

Es entonces cuando da lo mejor de sí mismo, cuando sorprende por todas las habilidades que es capaz de desarrollar: solo así pueden explicarse las increíbles hazañas que la humanidad ha realizado, sean materiales (descubrimientos e inventos) o espirituales (conocimiento y arte).

La monotonía es una trampa atenazante. Cuando una persona deja que todos sus actos a lo largo del día sean los ordenados por el trabajo y en general por las costumbres, y sobre todo, cuando su pensamiento también se acomoda, está en peligro: notará que le falta algo, que su vida no es completa, pero no sabrá exactamente qué le pasa.

Entonces quizá se ensimismará, buscando en sus adentros una explicación al estado en que se encuentra. O quizás echará la culpa a los demás.

La ilusión de los inicios 

Empezar algo es sinónimo de ilusionarse. De pronto se abre un panorama con horizontes nuevos, un terreno inexplorado en el que invertir energías creativamente.

El símbolo de la ilusión que acompaña todo empezar es el nacimiento de un bebé: comienza una vida con infinitas posibilidades. Por eso utilizamos la misma palabra para referirnos al nacimiento de una amistad, de un amor, de una empresa, de un nuevo día...

Todo comienzo es mágico porque nos enfrenta al misterio de lo que pueda pasar. Los sentidos se agudizan y la mente se despierta, como cuando se inicia un viaje y no se desea perder ningún detalle, con la esperanza de que tras cada paso se presente una sorpresa. Es una situación vital de gran emoción y receptividad: hay entusiasmo por la novedad, curiosidad por lo desconocido, disposición para disfrutar al máximo, también inseguridad o temor a que no se cumplan las expectativas...

La ilusión de los comienzos es propia de los niños y de quienes no han perdido la capacidad de entusiasmarse, algo que debiera estar presente en todas las vidas con más frecuencia.

Toda aventura que se emprende significa un renacimiento. En el caso de una pareja que se acaba de formar, ambos sienten que su vida comienza de nuevo y de manera diferente, en una comunidad formada por los dos con sus normas y objetivos, como una isla independiente dentro de la sociedad general. En ese “estado naciente”, como dice Francesco Alberoni, se siente la vida de forma más profunda.

Algo similar se puede decir de cualquier proyecto personal que se empieza: uno lo hace girar todo en torno al objetivo que se ha propuesto conseguir. La sensación mágica se acentúa en todo comienzo porque se multiplican las coincidencias sorprendentes y los descubrimientos oportunos. Mucha gente ha experimentado esas situaciones que solo parecen explicarse por la fuerza del destino.

Una explicación de esa magia es que al empezar cualquier proyecto, si responde a las necesidades más íntimas, nos armonizamos con el mundo, que está en continuo cambio. Y parece como si al poner orden en nuestro interior, modificando nuestra conducta, la vida nos obsequiase situaciones nuevas acordes con ese cambio. 

Un proyecto vital

Cada fase de la vida tiene su coherencia, su valor y su punto de equilibrio. Pero la persona debe salir de una y entrar en otra como un emigrante que va a un nuevo país. Luego, cuando se ha adaptado, debe emigrar otra vez y así sucesivamente.

De algún modo, al comenzar un nuevo proyecto vital hacemos justo lo que la vida nos está pidiendo que hagamos. El mayor de los riesgos al que nos enfrentamos es aferrarnos al presente o, aún peor, al pasado. Lo deseable es que en cada momento hagamos las cosas en función del futuro.

Es decir, la vida cobra sentido y plenitud si se organiza en torno a un proyecto vital. O mejor dicho: un gran proyecto vital y muchos proyectos parciales que lo hacen posible o lo enriquecen. Algunas personas parecen haber nacido con un sentido claro de su propósito en la vida, pero la mayoría necesita mucha reflexión para diseñar su proyecto vital.

Primero hay que analizar si las ocupaciones que se desarrollan normalmente obedecen al plan que uno ha establecido o si han venido impuestas de alguna manera, o se deben a una inercia que no se ha controlado.

Ante cualquier actividad que ocupe nuestro tiempo habría que preguntarse ”¿qué me propongo?” y “¿para qué hago lo que hago?”. Si se acostumbra a realizar este ejercicio de reflexión cada día se tienen más claros cuáles son los propios deseos, afloran las motivaciones profundas y se aclaran los proyectos que se desean emprender.

En este punto conviene tener en cuenta que cualquier proyecto parcial está subordinado al proyecto vital global. Esto quiere decir que ningún aspecto de la vida puede funcionar al margen de los demás.

Encontrar la coherencia 

Todos pensamos a veces en nuevos planes en el trabajo, las relaciones o el tiempo libre. Sin embargo, raramente prestamos atención a cómo encajan unos con otros o si están obedeciendo a unas metas personales globales.

Existe una técnica para comprobar la coherencia del conjunto. Se trata de elaborar mapas mentales sobre un papel: desde el yo en el centro irradian palabras o símbolos para cada uno de los aspectos principales de la vida, como relaciones, profesión, hogar, diversión, espiritualidad, salud, solidaridad, viajes, conocimientos...

Hay que preguntarse qué se desea en cada uno de los aspectos de la vida, por qué se desea y que aporta al conjunto. Gracias a este ejercicio puede comprobarse la existencia o no de conexión.

Al comprender mejor cómo todo en la vida se relaciona con todo una persona se encuentra en mejores condiciones para superar las descoordinaciones, los conflictos y los puntos débiles que interfieren en el logro de sus sueños.

Por otra parte, se puede indagar en cuánto de lo se quiere está determinado por condicionamientos exteriores y cuánto por motivaciones íntimas. Es decir, qué proyectos son el resultado de la influencia de padres, jefes y otros personajes, y cuáles surgen realmente de uno mismo.

Hay que asegurarse de que los sueños no son salidas falsas. Éstas son las que nos proponen los mismos que nos atemorizan: en realidad nos convierten en herramientas para intereses ajenos. Por ejemplo, a todo joven se le plantean los estudios universitarios como un proyecto vital, y dentro de las posibilidades que tiene enfrente, se le insinúan algunas como las más adecuadas. Sin embargo, la realización de un joven puede estar lejos de la universidad y de los trabajos que tienen “más salida”.

Superar el miedo 

Nadie puede ofrecer la garantía de que si se arriesga todo saldrá bien, pero las experiencias de otros nos demuestran que los que se atreven encuentran oportunidades. Y si las cosas no salen como uno espera siempre se puede volver a empezar. Sólo hace falta reflexionar sobre la experiencia y buscar un nuevo enfoque.

Además no hay que obsesionarse con el éxito. Las cosas pueden quedar inacabadas sin que sea un fracaso. Los grandes artistas lo saben bien: todos tienen obras sin finalizar, que abandonaron temporal o definitivamente para dedicarse a otras inquietudes repentinas, a proyectos más asequibles...

Quienes hayan visto la película documental de Víctor Erice El sol del membrillo, recordarán como el pintor Antonio López renunció a terminar su cuadro tras varios meses de minucioso trabajo, después de que los membrillos que intentaba reproducir casi fotográficamente hubieran madurado y finalmente caído de las ramas. Lo hizo sin amargura, incluso con sentido del humor, como un avatar más de su trabajo creador.

El principal obstáculo cuando se trata de empezar un proyecto es el miedo, que suele carecer de fundamento. Hay demasiado temor, infundido por los padres para proteger a sus hijos, o por los agentes sociales: la sociedad está organizada jerárquicamente y el miedo es un instrumento en manos de los que ocupan niveles superiores para controlar a los que están en lugares inferiores.

El control se sostiene por la sugestión y uno puede comprender que el peligro real no es tan grande si se toma la iniciativa. Éstos son los grandes retos vitales: liberarse de falsas dependencias y atreverse a trazar el propio destino.

5 ideas para empezar hoy mismo 

La cantidad de proyectos que se pueden emprender es tan grande como la imaginación de cada persona. Recordamos algunos que pueden ser comunes:

  1. Empezar una relación amistosa o amorosa. Las relaciones no son siempre fruto de la casualidad. La rutina no favorece las nuevas amistades, así que conviene hacer algo. Es posible estar más abierto a los demás y buscar situaciones propicias.
  2. Empezar en un nuevo trabajo. Si la actual ocupación no es satisfactoria, existe la opción de encontrar un trabajo más acorde con los propios deseos. Pueden emplearse unas horas semanales en el nuevo proyecto antes de embarcarse por completo.
  3. Empezar un programa de ejercicio. La mayoría de la gente tiene costumbres sedentarias, a pesar de que conozcan la importancia del ejercicio físico. Es el momento de empezar a practicar con regularidad algún ejercicio, ya sea un deporte o una técnica de integración corporal. Es importante que el ejercicio elegido sea también un estímulo anímico.
  4. Empezar una dieta sana. Una alimentación correcta es vital para mantener la salud, pero los malos hábitos suelen imponerse. Los alimentos sanos pueden introducirse poco a poco, sustituyendo a los que no lo son tanto. Por otra parte, conviene interesarse por qué alimentos pueden ayudar a corregir desequilibrios y debilidades de las que se sea consciente.
  5. Empezar un curso o un taller de crecimiento personal. El espíritu puede cultivarse en solitario, mediante la lectura o la meditación. Sin embargo, en los cursos el contacto con otras personas convierte el aprendizaje en una experiencia más completa y enriquecedora. Se aprende no solo del maestro sino también de las aportaciones de los compañeros.

8 puntos clave para lograr tus objetivos

Los deseos de empezar no tienen que ir mal acompañados por la improvisación, que puede hacer fracasar el proyecto. Muchos planes exigen una preparación meticulosa. No hay que tomarla como una pesada carga, sino como una parte más de la aventura.

1. Información

Un aspecto que hay que considerar es la información. Llevar a cabo cualquier proyecto requiere el conocimiento de ciertos datos, por eso resulta aconsejable pensar en los que se necesitan para tomar decisiones correctas en cada momento. De todos modos, se precisa la información justa, porque el exceso es tan perjudicial como el defecto.

2. Técnica

Cualquier proyecto que empecemos requiere el conocimiento de una determinada técnica o poseer cierta experiencia. Se ha de reflexionar sobre todo lo que es necesario en este sentido. Puede ser un error pensar que todas las iniciativas están al alcance de cualquiera.

3. Esfuerzo

Cualquier proyecto requiere una inversión de energías. Cabe pensar si el esfuerzo vale la pena. Es lícito no querer embarcarse, pero si la decisión es positiva se sale reforzado.

El siguiente paso es concentrarse en lo que importa, invertir correctamente los esfuerzos para no perder energías en asuntos menos interesantes.

4. Planificación

Para culminar con éxito una iniciativa es necesaria cierta planificación. Aunque la estrategia concreta depende de la complejidad de la aventura, es preciso dedicar un tiempo a generar ideas. Hay que descartar las que no sean válidas, organizar las valiosas y establecer un plan para su realización.

Los objetivos han de definirse al detalle y ser realistas (las metas han de ser ambiciosas pero alcanzables y coherentes con las aptitudes y los valores personales).

5. Reposo

Empezar algo no puede representar un atropello de actividad. Es necesaria la calma para que el barco llegue a buen puerto.

La tranquilidad no sólo sirve para reponer fuerzas sino que favorece la “incubación” o arte de reposar las ideas en el inconsciente para que se manifieste el potencial creador. También es necesario cultivar el tiempo para la soledad y la relajación.

6. Intuición creativa

Con frecuencia, la incubación conduce a una intuición que nos presenta un plan perfecto, pero a menudo los  frutos del trabajo inconsciente son sutiles y se pueden pasar por alto fácilmente: conviene prestar atención a los matices del pensamiento, a las tímidas voces interiores, incluso a los sueños.

7. Visualización

Utilizar la imaginación para prever es una manera de prepararse para lo que pueda pasar. Hay que pensar en todas las posibilidades, los problemas que puedan surgir y reflexionar sobre las soluciones. Así pueden superarse miedos infundados y evitar problemas que pudieran hacer fracasar el proyecto.

8. Fantasía

La visualización no es sólo un ejercicio racional. Consiste también en ensoñar, fantasear, dejar que la mente flote, que se recree sin críticas, que disfrute por anticipado. Hay que dar valor a todos los aspectos positivos de la iniciativa que se tiene entre manos, como si no se tuvieran límites personales, si el dinero no fuera un obstáculo, si las suposiciones fueran infalibles... Ya habrá tiempo para el realismo, para corregir las fantasías, pero estas son el alimento del impulso vital.